A la vez, la experiencia de salinidad atlántica bañada en levadura que es beber el fino y la manzanilla en su paisaje, está siendo trasladada con éxito a las barras urbanas. Jerez es lento, no existen vinos jóvenes y los mejores envejecen largos años. Los cambios tardan en verse, pero los progresos en viticultura y bodega de las últimas décadas se aprecian con claridad en la nueva raza de finos “en rama”, que tienen potenciado ese factor terruño -hoy vital- y buscan diferenciarse más que parecerse. Y tienen una enorme ventaja comercial frente a los vinos “normales”: no hay una añada, sino cuatro sacas al año. Perfecto para los freaks.
Las ponencias del Sherry Festival estuvieron saturadas y la organización las dobló para acoger al máximo de asistentes y, aún así, se quedaron cortos ante la demanda. “Los Vinos de Jerez en la Gastronomía” fue el primer taller, que creó una gran expectación entre los restauradores. Se trataba de armonizar un repertorio de los vinos genéricos del Consejo Regulador con distintos geles de sabores. Fue una experiencia divertida y, para muchos, muy reveladora.
Pero la cata de finos y manzanillas en rama que dirigió Beltrán Domecq por la tarde fue de lagrimón: una sesión de vinos enormes y emocionantes, que desdice la supuesta homogeneidad de este estilo. Son blancos purísimos que revelan una viticultura del Palomino que no conocíamos. Las nuevas técnicas bodegueras permiten, a su vez, que unos vinos tan auténticos sepan igual a cientos de kilómetros de la viña.
Cata de VOS y VORS impartida por Cesar Saldaña, director del Consejo Regulador de jerez |
Luis Vida
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