Me confieso y declaro fiel seguidor del insigne maestro Epícuro (Samos 341 - Atenas -270 aC.), pues creo firmemente , como él dejo dicho y escrito que "El destino del hombre es la felicidad"; y una de las escasas maneras de andar ese camino hacia la Sabiduría -Felicidad suprema- es a través del goce intelectual que experimentamos cuando nos acercamos y gozamos de las Grandes Obras de Arte; que por su propia esencia espiritual, son inmortales y eternas.... COMO LAS VIEJAS SOLERAS DE JEREZ.
Siempre que
nos toca evocar recuerdos de ese ayer, -para mí ya lejano-, y tratamos de
confrontarlo con el hoy más actual, surge el tópico de enunciar que “cualquier
tiempo pasado fue mejor”, sin que necesariamente con ello invoquemos el vano
deseo de repetir “viejas hazañas”. En el caso que hoy analizamos, y con la
osadía del novato, me atrevo a aseverar que los vinos de Jerez no atraviesan
hoy la época de gloria y esplendor de otros tiempos. Para ellos, sin duda
cualquier tiempo pasado si fue el mejor. Ante esto, cabe preguntarse con
perplejidad y nostalgia, acerca de las causas que han hecho desaparecer casi
por completo estos nobles vinos de las más ilustradas barras y distinguidas
mesas que solían ser feliz lugar para su mejor lucimiento y disfrute. Pero
antes de entrar en el análisis de esta cuestión, que –aunque árdua-, prometo
afrontar en una próxima colaboración, -si cuento con la oportunidad-, prefiero
ahora resaltar, algunas cualidades de estos vinos y de su entorno. En primer
lugar, el hecho de saber, poder y querer tomar una copa de buen jerez fue desde
muy antiguo signo de distinción y elegancia, reservada las más de las veces a
la clase noble y aristocrática. No corresponde –sin embargo-, en estos breves
apuntes, hacer hoy un encendido y emocionado canto de todas cuantas virtudes y
cualidades sobresalientes atesora este vino tan singular y a la vez de tan
amplia tipología; pero si convendrá precisar de manera categórica que en una
copa de buena solera jerezana se encuentran condensadas toda la historia y la
cultura que desde las más antiguas civilizaciones hasta nuestros días, fueron
legadas a este tesoro único que hoy es conocido y reconocido como vino de Jerez
“All over the world”.
Los vinos
de Jerez son la resultante de una serie de elementos y factores sabiamente
combinados y genialmente plasmados en ese gigantesco cañamazo que es el tiempo.
Me decía un viejo capataz amigo entrañable; rústico y senequista, hoy por
desgracia desaparecido, y de quién aprendí todo cuanto sé, y principalmente la
sencilla humildad que te abre los ojos a la verdad, que “Los vinos de Jerez se
hacen solos... los hace el tiempo... y si acaso, no les viene mal un poco de
cariño y la atención continua que les dediquemos en las bodegas”.
Los
elementos y factores básicos a los que aludo quedan descritos de forma breve
como sigue: los suelos de albarizas traen la profundidad y el misterio que el
mar esconde. Son sin duda las grandes y eficaces administradoras del agua que
reciben. A ellas debe el jerez su firmeza de carácter y elegante distinción.
Las
sucesivas variedades blancas cultivadas en el marco, hasta culminar en el
actual Palomino, perfeccionada constantemente por la tecnología genética de
vanguardia, y de tan buen arraigo y aclimatación a estos suelos brillantes de
cal y luz.
El clima
tan apropiado, con 300 días de sol de promedio, y lluvias generalmente bien
repartidas entre los meses de octubre y mayo. El caprichoso juego del viento de
Poniente tan húmedo, acariciador y refrescante, cargado de sabores atlánticos,
en permanente antagonismo con el viento de Levante, -africano y tarifeño-, con
sus alas de plomo fundido que templan y curten las vides, volviéndolas recias y
angostas hasta la extenuación.
Detalle del velo flor |
Y claro
está, todo ello guiado por una sabia viticultura pluricentenaria, integrada
actualmente en las modernas prácticas del cultivo y laboreo de las vides. En un
próximo trabajo hablaremos de vendimias y mostos; de vinos y bodegas, ya que
por hoy es preciso poner punto y seguido.
Desearía
concluir con un “adorno” al par que taurino y literario, en homenaje y recuerdo
a mis dos ilustres y queridos amigos genios más contemporáneos. En primer lugar
mi egregio paisano, Exmo Sr. D. Antonio Ordóñez, rondeño, torero insigne, que
derrochó su arte y maestría sin igual siempre citando “de frente y por detrás”,
Caballero de la Legión de Honor, ¡nada menos!, gran aficionado a los vinos
nobles jerezanos y con quien pude compartir en sus últimos años hasta “media
arroba de buen Palo Cortado” en su recreo rondeño del “Niño de la Palma”,
cercano al pozo donde se depositaron las cenizas de Orson Welles... Y el muy
ilustre e ilustrado D. Antonio Machado, sevillano y discípulo de D. Francisco
Giner de los Ríos, también ilustre rondeño y fundador de la Institución Libre
de Enseñanza. Lamentablemente para mí, más distante en la cronología, pero de
quien aprendí entre otras muchas y hermosas enseñanzas que... “hasta que el
pueblo las canta, las coplas coplas no son... ¡Ay si el pueblo comenzara muy
pronto a conocer y beber el Jerez como las coplas de D. Antonio...!
Augusto
Berutich Montesinos, Ingeniero Técnico
y especialista en vinos de Jerez
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