El apellido Domecq, de enorme prestigio global, arropa hoy el lanzamiento de un proyecto que no es nuevo, pero que saca ahora sus vinos viejísimos al público por primera vez. En ediciones muy limitadas, eso si, porque el total de producción de Bodegas León Domecq no pasa de las 30000 botellas.
Su origen es el mundo de los almacenistas, esa singularidad jerezana: bodegas que elaboran y crían vinos pero no los venden directamente al público sino que lo hacen a través de las grandes marcas de la zona, sus compradores directos. Las soleras de Bodegas Vides tenían prestigio aunque no tuvieron visibilidad hasta que Lustau, pioneros en tantas cosas, dieron espacio a su palo cortado en su “Colección Almacenista” de artesanos del vino.
Santiago y Tomás León Domecq hoy firman ya con su nombre. Tienen 14 hectáreas en la Viña “La Compañía”, junto a la Finca El Majuelo en el Pago Macharnudo, verdadero Grand Cru del Jerez histórico. En 2021 se reformó de forma integral y respetuosa el edificio de la la calle Justicia, una de las últimas bodegas del Jerez de intramuros en el Barrio de San Mateo donde se estableció su abuelo Tomás -su hermano Pedro fue el Marqués de Domecq- para dar inicio al negocio de la familia.
El enólogo responsable es Joaquín Gómez Beser, muy respetado por los vinos “tranquilos” que elabora en Bodegas Miguel Domecq, como el Entrechuelos, y los generosos de la Cooperativa Vinícola de Trebujena, además del proyecto personal con el que firma vinos como Meridiano Perdido a partir de viñas viejos en suelos de albariza.
La presentación en Madrid fue en el restaurante Barrio Húmedo del barrio del Retiro y estuvo a cargo del Director Comercial de la empresa, José Manuel Soto, que haba estado antes en Díez Mérito. Catamos un fino en rama muy biológico que encajaría de lleno en ese estilo que se dice “fino amontillado”, muy seco y almendrado, de ecos calizos y que tiene el volumen en boca que deja la levadura tras 11 años de crianza promedio. En la lengua de la tierra, un fino “mantecoso” con la suavidad táctil de las “cabezuelas”.
En el amontillado también asomaba el suelo de Macharnudo. Con 8 años de crianza bajo velo y 12 de oxidativa, tiene una textura placentera que redondea su sequedad y el final amargoso que pone frescura sobre los recuerdos de caramelo, avellana y cacahuete. Al viejo estilo.
El palo cortado, más cerrado de aromas, abría poco a poco a esas notas típicas de pan tostado y mantequilla, con un plus de naranja amarga, amaretto y flores marchitas. 2 años de biológica y 18 de oxidativa definen un paladar con volumen y gran impacto sensorial y sus 20% de alcohol marcan un final de alcohol perfumado.
El oloroso es un vino inolvidable. Cuando estas cosas salen de Macharnudo y están bendecidas por más de 40 años de crianza, es para tomárselas en serio. Una nariz muy fina y potente de frutos secos y especias dulces da paso a un paladar deliciosamente texturado, “gordo” en su amplitud pero tierno, perfumado de maderas de sacristía, tabaco, naranja dulce y sésamo tostado.
El PX tiene una edad promedio de 20 años y no menos de 400 gramos de azúcar por litro, que no empalagan por su buena acidez. En su aroma, hay mucho dátil, vainilla y cacao y su paso de boca tiene el tacto sensual marca de la casa.
Los vinos de cabeceo también tienen su interés porque llevan porcentajes variables de este oloroso mágico. El médium (o amoroso) tiene recuerdos de PX, licor de naranja y de la mezcla hindú de especias que dicen garam masala. El cream, dulce y tierno, lleva un 25% de PX de 20 años y sabe a tabaco, caramelo y soja, con un fondo aromático elegante de flores blancas y mucha armonía.
La gama se competa con un vermut bastante interesante, más seco y balsámico que otros de la escuela jerezana, muy especiado, y por el que ellos describen como “el mejor Vinagre de Jerez Gran Reserva del mundo” y que tiene más de 75 años de solera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario