El gran amontillado pide botella
Se nos ha educado en la creencia de que el
jerez es un vino terminado cuando entra en la botella. Que es mejor beber
pronto las manzanillas y los finos para que no pierdan frescura y
que, si tenemos botellas de los estilos “oscuros” –cream, PX, oloroso, amontillado, palo cortado- no debemos tener
prisa, porque aguantan, pero que no cabe esperar mejoría en el tiempo.
Muchas experiencias recientes de cata parecen
desmentir esto. Es posible que los finos aligerados
y ultrafiltrados de la “era industrial” de finales del siglo XX no aguantasen bien el paso del
tiempo, pero es seguro que sus antepasados sí: las grandes soleras de los
viejos clásicos son vinos demasiado enormes como para languidecer sin más. Así
que los Generosos nos pusimos manos a la obra y el viernes 23 de febrero, en la Casa
Manolo y gracias a la colección particular de nuestro presidente Augusto Berutich, pudimos comparar una
de las primeras sacas del Amontillado
del Duque de González Byass, que formó parte de una de las tiradas
confidenciales subastadas en Christie’s
a finales de los años 70, conservada
desde entonces en condiciones ideales, con otra botella de la misma marca pero
ya etiquetada como VORS, es decir,
posterior a 2001-2002, cuando se
creó esta categoría para los vinos de Jerez con más de 30 años de edad promedio. Las dos eran fáciles de distinguir
porque el formato cambió a finales del siglo XX y la original, más redonda,
baja y panzuda, tiene un interesante diseño, que quizás la casa debería
revisar.
El Amontillado
del Duque es un vino viejísimo que parte de 16 botas soleras fundacionales datadas en torno a 1835. Durante largas décadas fue de
consumo exclusivo de la familia propietaria. El origen de la uva, siempre palomino fino, son los pagos de Macharnudo y Carrascal. Como curiosidad,
citar que las criaderas se alimentan
de otro conocido amontillado de la casa, el Viña AB.
La experiencia fue clara y contundente. La
botella más reciente abrió plena, poderosa, con un paladar totalmente seco, gran intensidad de aroma y una textura fina y
placentera, casi tánica, que mostraba la suave granulosidad de la bota vieja en un paso de boca sedoso, con un
punto de alcohol noble (¡21,5º
grados!), muchísima longitud y un final ahumado,
punzante, de frutos secos tostados
(avellanas) y cacao en polvo, más el
toque volátil de la vejez aportando
un punto de frescura que redondeaba la armonía.
Los Generosos. Juan Manuel, Augusto, Ezquiel, Luis, José Ramón, Jesús y Alberto |
Pero la botella antigua contenía algo
inenarrable, toda una experiencia de refinamiento
vinícola, pura cultura y placer líquido, que todo aficionado al vino
debería probar, al menos una vez en la vida. Casi 40 años extra de reposo han añadido concentración, densidad, y
afinado la cremosidad y el bouquet
en un recorrido de longitud interminable.
Las primeras notas de puro yodo, muy
punzantes, nos llevaron al borde del océano. Luego, empezó a desplegar sus
aromas con gran armonía, notas finas de tabaco,
almendra, avellana y sotobosque húmedo. En unos minutos más, apareció la fruta -“melocotón de viña”, para
Ezequiel Sánchez-Mateos- con apuntes de dulce de membrillo y guindas en licor (¡fruta
roja en un amontillado!) que fueron virando hacia la repostería (brownie con nueces) y, al final, a la levadura de flor, que debía ser algo así como el recuerdo más
profundo de su infancia. Cuando el vino se acabó en las copas, aunque
intentamos mantenerlo el máximo de tiempo posible porque estábamos disfrutando
mucho del espectáculo, aún seguía cambiando, desplegando nuevas capas de aroma
dentro de un paladar de enorme clase,
prueba aún viviente de que un vino de Jerez con interminables décadas de
maduración en soleras es capaz, después, de vivir en botella, al menos, un
periodo equivalente para convertirse en uno de los elixires más disfrutables
que nunca haya existido.
What the price for bootle?thx
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